31.12.05

Feliz 2006!

Cuando faltan menos de tres horas y media para que termine este año, escribo este post para ti.
Sí, tú, justo el que está enfrente de la pantalla. Para ti: lector.
Porque posiblemente si estas leyendo este post, hayas también tenido la paciencia y el detalle de leer alguno de los 142 posts anteriores de este 2005.
Porque quizás incluso fuiste tú alguno de los que firmaron los 615 comentarios que he tenido durante estos últimos 12 meses, o quizás simplemente pasaste por aquí, como se ha hecho aproximadamente 13200 veces este año.
Tengo el gusto de contar entre todos los que visitan, curiosean, frecuentan y siguen estas "Historias de Dani" a amigos de toda la vida y nuevas amistades, mi pareja y a algún que otro familiar, pero también hay una gran parte de visitantes que sois un nick detrás de un comentario, un blogger lejano en los kilómetros o quizá con suerte, un nuevo contacto en mi día a día... pero en estos últimos casos, también sois parte importante de que no pierda mis ganas de seguir contando historias. Sois, sin dudarlo, amigos.
Para ti, lector, ya seas un rostro conocido o una cara en mi imaginación, gracias por pasarte por aquí y todo lo mejor para este año nuevo.
Feliz 2006!!

27.12.05

Lost in translation.

Cuando llegamos, sólo había sitio para nuestro coche. Todos los de los demás estaban ya aparcados, encima de la acera, enfrente de la casa.

Dejo los zapatos en la entradilla, junto a la mayoría de los del resto de invitados, me coloco mis zapatillas y entramos.

Tíos, tías, primos, primas, sobrinos, sobrinas... gente. Sarah me dice que hay que saludar uno por uno. Todas las caras son conocidas, hubo un entierro hace más de un año. Goddag a todo el mundo. Apretón de manos suave. Algún God Jul, hay quien sonrie más, hay quien lo hace menos... hay quien ni mira. Ningún apretón es fuerte.

Esperamos para sentarnos. Hay que elegir bien el sitio: nunca se sabe a quien vas a tener enfrente y a uno de tus lados, porque está claro que junto a tu silla sí que estará tu novia. Todo el mundo se ha sentado ya y la silla de mi derecha sigue vacía.

Finalmente se sienta a mi lado la tía de Sarah, la hermana de mi suegra. Posiblemente Seguramente la que más cariño me tenga en ese inmenso salón salvando, claro está, las dos personas de mi izquierda.

Empieza el ritual. Alguien pregunta, yo escucho, Sarah traduce, si sé la respuesta en danés la digo, si no, Sarah traduce. Alguien comenta algo acerca de que si entiendo más que hablo, respondo que "ja" asintiendo con la cabeza y con media sonrisa. Comentarios acerca de posibles viajes a Sevilla... -"sí, hay aeropuerto"-, puntualizamos.

El almuerzo sigue. No dejan de pasar platos. El run-run de la sala cada vez es más fuerte. Mi concentración no es ilimitada: de la cocina llega una fuente con remolacha y la que la lleva la deja enfrente mía: me dice algo y yo respondo "ja, tak". Sarah me comenta que era un chiste: "hasta que no llega la remolacha no empieza la fiesta" (??)

El pantalón empieza a apretar más de la cuenta. Aquello no es atún, sino los mofletes del cerdo... lo dejo a un lado. -"Sí, es verdad que en España se comen los cojones de toro"-, Sarah traduce, yo asiento, el botón aprieta mi estómago, más platos. hablan saben inglés, pero Sarah traduce, yo respondo, Sarah vuelve a traducir. Alguien me dice algo, yo asiento. Espero que asentir haya tenido sentido como respuesta valida.

Pasa un rato. Listo el cupo, suficiente, el español ya ha tenido la atención necesaria. Silencio a mi derecha, silencio enfrente... Aun así, cuando Sarah me dice que se va al servicio me entra pánico. La silla de la derecha vacía y miro a mi alrededor: Estoy, pero tan lejos...

Sarah vuelve a entrar por la puerta. Nunca nadie tardó tanto en ir al baño.
Sólo son las tres de la tarde.

notas de diccionario:
Goddag: Buenos días, aunque se dice a todas horas.
God Jul: Feliz Navidad.
Ja: sí.
Ja, tak: sí, gracias.

23.12.05

Segunda casa.

En el frigorífico varias fotos de niños. Es la clase de este curso. Un reloj temporizador para controlar el tiempo de cacerolas y sartenes. Imanes redondos, blancos y negros, pero uno en especial: es de cerámica, fondo verde y una Giralda: tiene la palabra "Sevilla" escrita.
En el reborde de la campana de los hornillos están las especias. Hay también varios boles: sal, pinzas... y justo en el medio hay una botella de aceite de oliva. Aceite de Dos Hermanas.
A la derecha está el comedor. Tiene dos repisas con recipientes: algunos metálicos, otros de cristal. En el estante más lejano hay una maceta y debajo de cada uno, postales enmarcadas: Giralda, Torre del Oro y un patio andaluz, posiblemente del Barrio de Santa Cruz. Fotos en blanco y negro de una Sevilla por la que no pasa el tiempo.
Dejé en la encimera los cuatro kilos de café saimaza y el turrón de Alicante. Después, con mucho cuidado fui sacando de la mochila las botellas de Ribera del Duero envueltas en papel de periódico. Han viajado más de tres mil kilómetros para llegar hasta esta cocina.
Y es que estamos en la casa de mi suegra. Pero no es Triana, ni Pino Montano ni ni siquiera Utrera o Salteras. Estamos en Silkeborg, en el corazón de la peninsula de Jutlandia, Dinamarca y es entonces cuando ella agradece especialmente volver a tener café de España: se le había acabado justo hacía una semana.
Es la segunda Navidad que paso aquí y muchas cosas han cambiado. Y entre esos cambios la agradable sensación de, tan lejos de la Glorieta Olímpica, sentirse también en casa.

16.12.05

Primer mail.

Hace un par de semanas, como cada martes, llegué a casa de mis padres para almorzar con ellos. Como siempre, mi padre estaba en la mesa grande del salón entre papeles.

Pero me sorprendí al verle leer un libro. Esta vez no era nada tipo "medicina para el alma" o "curarse la depresión", los libros a los que me he ido acostumbrado en estos meses a verle ojear al lado de la lámpara del sofá.

Era un libro con pastas naranjas: "windows para principiantes".

-"Y eso, Papá?"-

-"es que me gustaría aprender un poco de informática..."

Durate la comida no dejaba de mirar el libro y hacerme preguntas...

-"entonces, hardware que es?"-, "los programas que son, lo que se mete dentro, no?", "y el windows entonces, es un programa?"

Hace dos días, de nuevo martes, de nuevo almuerzo con ellos. Esta vez el libro de pastas naranjas estaba acompañado por otro más pequeño "conozca su ordenador".

-"Después de comer, porqué no vamos al cortinglé a ver ordenadores?, que yo no entiendo y así me aconsejas"-
No podía ser de otra manera. A los 10 minutos de estar allí, con el vendedor de la sección habiéndonos explicado la diferencias entre el portátil aquel con el de al lado, mi padre se descuelga con un -"pués me llevo este"-
Dos tardes después aquí estoy. Dos tardes de clases particulares. De enseñar lo que es una carpeta, una subcarpeta. Lo que es un acceso directo, un archivo y como se copian. Cambiar nombre, la papelera de reciclaje... mucha paciencia. Mi padre está descubriendo un mundo absolutamente nuevo.
Hoy descubrió el e-mail. Tras crearle una cuenta, le enseñé a enviar correos.
-"por qué no me envías uno?"-
Y se puso: iba descubriendo el teclado también. Tecla a tecla, la posición de cada letra, la barra espaciadora, la coma e incluso el acento. Quizá tardó diez minutos en escribir una frase, pero el primer correo electrónico que m padre ha escrito en su vida dice:
Asunto: relaciones con mi hijo
"a tu padre lo viste un día llorar,pero con tu ayuda y comprensión estoy volviendo a ser el que te hace reir"
Y ya no supe como seguir explicándole nada más.

9.12.05

A cidade

No hizo falta que saliera al fin por el otro extremo da ponte 25 de abril, dejando el atasco que produce el peaje a mi derecha, para saber que se me quedaron muchas cosas en el tintero.

Tres noches en Lisboa que no llegan a ser tres días completos me supieron a poco. Son demasiadas imágenes soñadas cuando uno planea el viaje con ganas de ser vividas. Demasiadas imágenes recordadas con el deseo de ser de nuevo sentidas.

Encima se nos ocurrió subirnos a aquel tranvía. Aquele elétrico, convertido en reclamo turístico. Una hora y veinte minutos de descubrir nuevas calles, nuevos barrios. Una hora y veinte minutos repitiéndote –“aquí hay que venir”-

Así, nada más salir da Praça da Figueira, la voz en off que salía por los auriculares nos decía en un español con acento lusitano que a la izquierda podíamos ver la escalera que conducía al barrio da Mouraria. Giré la cabeza y vi a dos niños de unos 8 años bajarlas corriendo.

-“el barrio de la Mouraria es la cuna del fado, música símbolo de los lisboetas y un poco de todos los portugueses”- Decía. Aquellos niños corriendo escaleras abajo y yo deseando que el tranvía parase y ser yo el que las corriera escaleras arriba. –“Nunca estuve aquí, tengo que venir”-

Entre ruidos de maquinaria antigua, paradas imprevistas por coches en doble fila y miradas a derecha e izquierda la sensación era que Lisboa se extendía sin fin, desconocida. Yo que siempre he presumido de conocerla bien no dejaba de apuntar mentalmente los nuevos sitios que visitar.

Bajando por la Rua da Graça la mujer de la voz nos hacía mención a que unos metros más allá se celebraba cada martes y sábado la Feira de Ladra. Le dije a Sarah “mañana vamos!”, quizás encontarse de nuevo aquel tipo que vendía CDs usados y que gracias a Miguel me vendió “Lisboa”: el concierto en disco doble, primer compacto de los Madredeus que tuve.

Pero el tranvía siguió su curso y en la Alfama quise perderme por las calles y pasar la tarde en uno de sus miradores, en el Chiado sentarme de nuevo con Pessoa en la cafetería Nicola, en la Assamblea da Republica gastar toda la memoría de mi tarjeta de la cámara de fotos… realmente iba a tener que seleccionar muy bien el tiempo que nos quedaba en la ciudad.

Entre a Madragoa y Lapa le conté historias a mi novia acerca de clases de portugués y niños pijos sin darme cuenta que faltaba poco para que, terminando Rua de São Paulo y Praça do Município, la tarde sólo nos dejase tiempo para almorzar y a mí con ganas de que al día siguiente no fuese martes y nos tuviéramos que volver.

Pero no fue de nuevo domingo, ni siquera lunes: fue martes y no hubo tiempo para nada de lo imaginado ni de lo recordado. Volvimos y atrás se quedó a cidade. Esa que está hecha para que yo la sueñe.

2.12.05

This is Anfield.

Aquellos niños nos estaban volviendo locos.

Ahí estábamos. Un autobús de línea completamente repleto de gente, aunque la gran mayoría éramos béticos ansiosos de llegar al estadio.

Y de pie en unos asientos, agarrados de los pasamanos de arriba, unos insoportables niños de unos 8 años, vestidos con el uniforme del colegio. Serían cuatro o cinco, pero cantaban y chillaban como los 40000 que iban cada domingo al campo. Me dolían los oidos... realmente tenía ganas de llegar a nuestro destino, pero aquellos niños multiplicaron mis prisas por bajarme del autobús.

Al fin, nos bajamos. Al final de aquella calle se veía el escudo del Liverpool. De autentica película de Ken Loach: una calle con casas adosadas, hechas de ladrillo y con aroma de mejores tiempos que ya han pasado. Me sorprendió bastante comprobar que esa imagen de una Inglaterra deprimida, industrial, desempleada y decadente era justo lo que estaba pisando en aquella calle. El paraiso de los okupas... cuántas casas abandonadas!

No era la calle ideal para andar sólo. Por suerte, era día de partido y había una manifestación tranquila de gente vestida de rojo salpicada de unos exitados béticos en verde y blanco, que hasta de esa calle hacían fotos.

Y llegamos. Con el final de aquella calle también cambió todo el ambiente. De repente se abrió una avenida por donde no dejaban de pasar coches y Anfield Road llenó de luz y de vida toda la oscuridad de aquel barrio. En el lateral del estadio, con letras rojas "The Kop": una de las míticas gradas.

Habíamos llegado. Vivíamos entonces en nuestras carnes todas las historias de la grandeza de un campo de fútbol inglés. La liturgia del pre-partido en la cuna del fútbol: lo hicimos bien y le dimos una vuelta a todo el recinto.

Bajo la cancela de hierro con la inscripción "You´ll never walk alone" los tres nos hicimos fotos. Los tres sabíamos que esa era uno de los instantes por los que habíamos venido, y allí estábamos.

Por un torno por el que sólo cabe una persona entramos. -"Be careful with the ticket"-, le dije al que me partió la entrada. No hizo falta: los ingleses ya saben que una visita a un estadio como Anfield bien merece que se conserve la entrada intacta. Respetan el fútbol, los detalles, las tradiciones. Football is religion.

Y nos sentamos. Ejemplo de afición, la nuestra: no vi hasta donde llegaban los béticos en las gradas. Yo estaba en una esquina... el Betis calentaba en Anfield y yo era una máquina de hacer fotos.


Unos 10 minutos después de ocupar nuestros asientos, pasó: por megafonía los acordes del himno oficioso del Liverpool comenzaron a sonar, y los 40000 reds, bufanda extendida en alto cantaron cada estrofa... mi video grabando, mi sonrisa y mis emociones a flor de piel... "You´ll never walk alone", gritó acompasado al final todo aquel estadio.

Entonces, Jose me puso la mano encima del hombro y me dijo -"ya hemos ganado"-.